domingo, 5 de noviembre de 2017

TEATRO SAN FRANCISCO: JUAN NADIE


Martes 7 a las 20.30 h.

Nacionalidad: EEUU
Año: 1941
Director: Frank Capra
Duración: 122 min.
V.O.S.

¿CONOCEN A JOHN DOE?

Las películas de periodistas constituyen un género cinematográfico que ha brindado al séptimo arte filmes tan meritorios como El gran carnaval (Billy Wilder, 1951), Luna nueva (Howard Hawks, 1940), Primera plana (Billy Wilder, 1974), Network: un mundo implacable (Sidney Lumet, 1976) o Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), considerada por muchos como la mejor película de todos los tiempos. En 1941 Frank Capra realiza su contribución al género con Juan Nadie, una ácida crítica al “establishment” americano en la línea de El secreto de vivir (1936), Vive como quieras (1938), Caballero sin espada (1939), y que culminará con la magnífica ¡Qué bello es vivir! (1946), película que cerrará la presente temporada de este ciclo. En todas ellas (coincidentes en su elección de Gary Cooper o James Stewart como actores fetiche), se nos presenta la peripecia de un héroe solitario en pugna con los poderes fácticos financieros, en clara referencia al episodio bíblico de la lucha entre David y Goliat. Que, como es público y notorio, se decantó a favor del primero.

Como es habitual en las películas de Capra, la crítica social se ve aderezada con una oportuna dosis de romance entre la periodista Ann Mitchell (Barbara Stanwyck) y el ex jugador de béisbol Long John Willoughby (Gary Cooper) que, lejos de hacer caer el film en la ñoñería y el empalago que suelen provocar este tipo de situaciones, se halla en esta ocasión magníficamente incardinada en la trama. El amor de Ann hacia Long John crece a medida que este último culmina su transición desde su condición inicial de Juan Nadie a ser Alguien. En este sentido podría decirse que el periplo vital del protagonista tiene mucho de analogía bíblica con los evangelios (el hombre que se inmola a sí mismo, sacrificándose en beneficio de unos determinados principios éticos). Pero también hay sin duda un fuerte componente de redención personal, desde el momento en que Long John comprende que la única manera de desmontar su impostura (al fin y al cabo es cierto que su móvil inicial es tan egoísta como el de sus adversarios) es a través de la ejecución de su destino trágico como forma suprema de expiación.

En definitiva, una película de las que soportan magníficamente el paso del tiempo, pues nos cuentan historias que son eternas, y que nos invita a reflexionar sobre cierta máxima terrible pronunciada por el malvado empresario D. B. Norton (Edward Arnold): “Cierto que en este país existe la libertad de expresión, pero nosotros controlamos los micrófonos”

RAPAZ

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